El Risco Zurraquín (La Laguna Negra)
Hace miles de millones de años, existió un terrible palomo
que habitaba en el hostil risco Zurraquín.
El palomo negro vigilando
Un sitio fantasmagórico sin ningún
atisbo de vida, un lugar desolado, un páramo, un erial donde la sola existencia
es una quimera. Dicha bestia sometía y esclavizaba a todos los reinos de la
tierra.
En él radicaba un
gran poder otorgado por el báculo mágico, báculo que fue robado y arrebatado a
la fuerza del gran mago Alócgaron.
Sólo con la magia del báculo podría acabar con el perverso
palomo negro, pero para ello deberían llegar a su escondrijo, donde poder
arrebatarle el báculo, asirlo con fuerza y esperar a que un rayo alcanzara el
bastón al mismo tiempo que proferían el conjuro.
Muchos caballeros habían intentado esta misión, pero todos
ellos habían perecido en el intento.
Cuatro caballeros puros, hartos de su cruel dominación
formaron un gran ejército para acabar con la tiranía de la terrible y
pestilente bestia.
La noche elegida para la ofensiva les recibe tormentosa y fría; son las condiciones
ideales para el asalto a la peña. Todo un ejército de cincuenta mil caballos,
diez mil elefantes y más de un millón de hombres, se encontraban ya prestos
para la lucha en las inmediaciones del Risco Zurraquin. La incursión había de ser rápida, para que no tomara
ventaja el monstruo.
La estrategia es clara; un ataque en tromba debe
sorprenderlo y entretenerlo mientras los cuatro caballeros intentan llegar al
báculo.
La división de Grunyon iba en vanguardia; desde arriba
dirigiría al resto de las escuadras. Trataría de mantener compactas las líneas
de los elefantes para utilizarlas como defensa. La división de Xavion, con el
resto de elefantes y toda la
caballería trataría de contener
las primeras embestidas del terrible monstruo.
El relincho y el inevitable y atronador galope de los
caballos despiertan a al enemigo. Desde su atalaya, consternado y rabioso
contempla el decisivo avance ladera arriba. Luego lanza un terrible alarido y batiendo
sus poderosas alas se lanza contra las primeras escuadras que ya han llegado a
la campera. Solo con el hedor de su aliento, miles de hombres y de caballos
perecen de asfixia. Las armas no son capaces ni tan siquiera de incomodar lo
más mínimo al monstruo y caen mutilados entre su pico y sus garras. El batir de
sus alas gigantescas provoca un huracán con el que lanza piedras de enormes
dimensiones sobre el grueso del ejército.
En escasos minutos de batalla, decenas de
miles de hombres yacen desmembrados sobre las laderas del
pico. Estan siendo masacrados fácilmente; son un mero juguete a merced de la
bestia. Ríos de sangre circulan ladera abajo anegando el fondo de los valles.
Jamás nuestros ojos contemplaron tanto horror y tan de cerca.
Por lo menos la estrategia estaba dando resultado. Los
cuatro caballeros, ocultándose entre los restos de los compañeros muertos
prosiguen su camino hacia su objetivo. Tres de ellos; Xavion, Grunyon y
Lobishome están
ya a escasos metros de donde se encuentra oculto el báculo.
El General; que ha sido herido en la batalla,
ha quedado rezagado.
El palomo negro ha acabado ya con todas divisiones. A
excepción de los caballeros, ningún ser vivo quedaba con vida sobre el campo de
batalla. Buen conocedor de la leyenda,
ahora sobrevuela la montaña buscando entre los restos de los hombres y de los
animales a los cuatros caballeros puros. Al no encontrarlos, lleno de ira se
dedica a despedazar los cuerpos de los soldados muertos. En un gesto intuitivo
y rápido, vuelve la cabeza hacia su guarida y
sorprende al General aproximándose a la entrada de la cueva.
Quizás ya sea demasiado tarde, pues el general sacando fuerzas de flaqueza
consigue llegar a la altura de los otros tres caballeros que ya aferran el
báculo con
fuerza. Ni tan siquiera la oscuridad de la noche evita contemplar sus ojos monstruosos
inyectados en sangre y fuego. Tras otro bramido descomunal que hiela la sangre y los sentidos, este leviatán
satánico se prepara para dar el golpe
definitivo y mortal.
Mientras tanto, los caballeros están acabando el ritual
mágico asiendo el báculo con fuerza. Apremiados, pero seguros, los cuatro
pronuncian las últimas palabras del conjuro.
-¡¡ Por la magia del gran mago!!
-¡¡ Por la fuerza de los caballeros puros!!
-¡¡ Por la paz en la tierra conocida!!
-¡¡Devuelve a las profundidades de la tierra lo que nunca debió salir
de ella!!
Cuando todo parecía perdido para los cuatro; un rayo
henchido de luz se descolgó desde la
capa de las tinieblas inundando con su resplandor el terrible escenario,
atravesando de arriba abajo el báculo y a los guerreros.
Sin mediar tiempo, un
gran seísmo comienza a sacudir la tierra y todo el suelo a nuestro alrededor se
desploma, mostrándo un fondo infinito de fuego y magma. El monstruo,
sorprendido por la fuerza de la magia, se precipita irremediablemente hacia el
inacabable y terrible abismo. Casi al instante, la grieta abierta se cierra,
recluyendo para siempre al palomo en las profundidades de la tierra.
De repente, la luz relegó a las tinieblas y la calma se
adueñó de esta tierra atormentada y
bélica. Ante los ojos atónitos de los guerreros, todo el entorno comienza a
sufrir transformaciones. Todo el flujo sanguíneo que ha pigmentado el campo de batalla, comienza a convertirse en un
manto verde del que emergen enormes bosques repletos de helechos y de flores;
los grandes depósitos de sangre que se han formado en los fondos del valle, se van convirtiendo en bellísimas lagunas de aguas
transparentes y heladas. De inmediato, las almas de nuestros
soldados…transformadas en millones de palomas blancas se elevan sobre los
cielos formando hermosas nubes claras. Por último cada uno de sus cuerpos se
transforman en túmulos erectos de piedra; dejando en las camperas del Zurraquin
un monumental y soberbio conjunto pétreo que deja huella testimonial de la
batalla más grande jamás contada.
Nada parecía indicar ya en este momento los hechos vividos
aquí hace apenas unas horas; nada. Ni un solo vestigio del cruento
enfrentamiento de nuestro ejército contra la sanguinaria bestia.
Dice la
leyenda que aún hoy, si se pone atención
y se aproxima el oído a los grandes bloques de granito que taponan la gran
grieta, se escuchan los gemidos del palomo negro confinado en la obscuridad del
averno.
Galería de Alberto de la Morena / Carlos Andrés Leyendo la Historia
No os olvidéis que quien suba ha de levantar una piedra
By: Benito Baonza Serrano
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